sábado, 9 de noviembre de 2019

La montaña

Después de Vagar por años en el desierto, me había acostumbrado a viajar solo con la compañía de mis mudos bueyes que jalan mi carreta. ¿A quien mierda se le ocurre llevar bueyes en el desierto?, a mi. Digamos que son bueyes mágicos y nos ahorraré un montón de preguntas molestas que me niego a responder al respecto.

Ah, y otra pregunta que seguro se harán y tampoco responderé. ¿Quién soy?. Es irrelevante, porque esto no se trata de mi, sino de lo que había encontrado.

Al inicio por la contraluz del sol al atardecer, pensé que era otra de esas grandes rocas erosionadas por el clima, erguida y sostenida por la gracia divina de algún dios caprichoso. Es cómo si los dioses no tuvieran nada mejor que hacer, que esculpir montañas.

Será mejor acampar, pensé. Y al ser esta elevación la más cercana, decidí ampararme del viento a las faldas de esa montaña. Pero grande fue mi sorpresa al darme cuenta que, a medida que me acercaba, la roca más y más se parecía a una persona. A una mujer para ser exactos, una enorme y hermosa mujer.

Aquella gigante yacía recostada sobre una roca, que a la distancia se fundían en un solo monumento. La mujer gigante dormía profundamente abrazada de su espada, con una sonrisa de satisfacción, de aquellos que han vencido contra todo enemigo y adversidad. Pero sus heridas, eran profundas, sus ropas gastadas y la sangre se había secado sobre la tela y su piel.

Sabía que estaba dormida, porque sentía su resoplido al respirar, porque miraba su pecho hincharse al inhalar.

Se que les dije que no hicieran preguntas estúpidas, pero era inevitable que yo mismo me pregunte: ¿cuánto duermen los gigantes?, ¿qué pudo haber herido tan gravemente a alguien de esas dimensiones?, ¿qué podía hacer un viajero demente como yo y sus bueyes para ayudar?... y lo más importante, ¿por qué?

Yo estaba tan cansado como ella y me tiré al suelo, boca arriba, para dormir mirando la luna, lo resolvería en la mañana. Total, si la gigante seguía respirando al amanecer, vería que podía hacer por ella.



Al llegar la mañana pude apreciar mejor a la gigante que yo asumía era una guerrera. El viento movía su cabello castaño oscuro, ennegrecido aún más por la arena del lugar.

Analicé la situación y deduje que lo mejor sería limpiar las heridas. Podría usar el agua del río que se ve a lo lejos, talvéz a  unos cinco minutos del lugar. Debía trepar hasta sus brazos para llegar a los cortes más grandes, haciendo uso de todas las sogas que tuviera a mi disposición. Y yo que le temo a los lugares altos, prefiero tener los pies bien plantados sobre la tierra, así cuando caigo no paso del suelo.

Mis primeros viajes trayendo agua en los bueyes y lavando las heridas de sus pies y piernas, sucedieron tranquilos, frescos como esa mañana. Pero, a pesar de haberles pedido que no pregunten pendejadas, y una vez empecé a despegar mis pies del suelo para llegar a las heridas más elevadas. Otra vez no pude evitar preguntarme ¿por qué?.

Mientras caminaba sobre sus piernas, con el mayor cuidado de no caer, recordé. No había hecho nada por nadie nunca, es más, la razón de mi viaje es para escapar, soy un fugitivo de mis responsabilidades y de las personas que se hicieron responsables de mi alguna vez. Entonces, ¿por qué la ayudo?. Y hablemos sinceramente, ni si quiera yo creo que sirva de algo lo sue estoy haciendo.

Cuando estuve en su cintura pude notar lo desgastada que estaba su espada, pero no estaba oxidada, el acabado sencillo de su fabricante y el impresionante trabajo de herrería en el arma. Pero al voltear y toparme con su abdomen desnudo por los rotos de su ropa, descubrí una herida antigua en el costado de su cintura.

Ya no quise hacerme más preguntas, solo deduje que los sacrificios de esta mujer eran más grandes que ella misma. Aunque, obvio cualquiera es grande si comparan sus actos con los míos; egoístas, estúpidos, destructivos y molestos. La comparación me dibujó una sonrisa sarcástica en la comisura izquierda de mi boca.

Dejé de recordar el tamaño de mi ego, que probablemente era mayor que el tamaño de la gigante. Y me balanceé con miedo hasta su antebrazo derecho, cargando la bolsa de cuero llena de agua. Debo decir que, a pesar de no ser el más atlético, logré caer con la gracia y elegancia de un malabarista de circo. Y sonreí orgulloso de mis actos vanidosos, haciendo una reverencia a un público inexistente, que nunca verán ni apreciarán mi habilidad escondida.

Claro que mi sutileza en la acrobacia, de nada sirvió cuando al intentar lavar la herida más grande, hice estremecer a la gigante. Recordé entonces mi pánico a las alturas, tirándome al suelo, o bueno en este caso su brazo. Seguro han notado que cuando algo los asusta, parece que eso que los atormenta, nunca terminará. Pues odio ese sentimiento y no hay ego que pueda esconderlo.

Una vez se detuvo, pasé varios segundos aferrado a ella, como si mi vida dependiera de esa desconocida de dimensiones absurdas. Acostado ahí, tuve tiempo para oler su perfume, que seguramente no era más que su sudor. Hacía tiempo que no olía una mujer. La sangre seca no ocultaba su olor natural y mi extendida soledad no me permitía ignorarla.

Ya estoy pensando pendejadas otra vez.



Su hombro izquierdo llevaba otro corte igual que el de su brazo derecho. Por suerte llegar ahí no era problema gracias a la posición de su espada, con la que hice una polea, para trepar las bolsas de agua con ayuda de los bueyes.

A veces me daba la impresión de que esos animales me juzgaban. Me conocían de no hace mucho, pero ya me habían visto hacer pendejadas antes. Estúpidas bestias, ¿que se creen?. En cuanto se descuiden me las como, tampoco he disfrutado de una buena carne de res en mucho tiempo.

Al parecer, cuando la gigante se recostó, provocó que la tierra cayera en su herida del hombro, no sería suficiente lavarla. Había rocas e insectos viviendo en la herida, pero por experiencia sé, que el hombro es el lugar con menos sensibilidad, ¿o era la espalda?.

Usé el cepillo grande que utilizo para lavar a los bueyes. Qué puedo jurar que esta vez si me estaban mirando y juzgando. Por lo que les grité que sí había lavado el cepillo antes de usarlo. Descubrí que después de meses de viaje, nunca les había dado nombre a esos animales. Y me sentí aún más estúpido al darme cuenta que discutía con bestias sin nombre. Grité al viento de la desesperación.

Había una roca especialmente caprichosa, incrustada en su herida del hombro. Que no pude sacar con el cepillo, ni con mis manos. Esta historia se debería llamar: “Las preguntas”. Porque ahora se van a preguntar: ¿por qué carajos un viajero no lleva una espada con él?. Pues porque no tengo idea de como se usa una. No me gustaría terminar como esta gigante, moribundo, esperando la voluntad de un extraño de dimensiones absurdas para sobrevivir. He evitado las luchas gracias a la espada en mi boca. Esa cosa si que es útil... Aunque ya me he cortado yo mismo algunas veces. Pero en este momento mi lengua no serviría para sacar esa roca de la herida. Haré palanca con algún palo.



Pasado el medio día, desde el suelo pude notar que no le importó poner su hermoso rostro en riesgo, para defender lo que sea que estaba defendiendo. Ja, sin ser guapo me aterra exponer mi rostro en una pelea. Sin tener nada, temo perderlo todo. Y ella siendo hermosa y probablemente importante en su pueblo, parecía estar dispuesta a sacrificarlo todo.
Yo sabía que no debía lavar esa herida de su ceja izquierda, ni preocuparme de que su rostro esté limpio. Pero mi vanidad me obligaba, ¿o había otra razón?... ¿había otra razón?

El plan era sencillo. Debía trepar por su cabello reseco por el desierto, hasta su cabeza. Luego tendría que colgarme de sus mechones para balancearme hasta su rostro. Y el problema era igual de claro que el plan. Su coronilla estaba más arriba de lo que yo me atrevía a subir.

Anteriormente, después del incidente en el brazo. Había usado un arnés amarrado a la empuñadura de la espada en todo momento, pero en su cabeza es distinto. No tenía de donde amarrar un arnés. Le haré unas trenzas en su cabello para trepar desde su hombro. Fue la mejor idea que se me había ocurrido en todo el día, le irán bien unas trenzas.

Todo esto sería más sencillo se estuviera acostada. Pero si así fuera, el desierto ya se la hubiera tragado. Es lo que pensaba mientras trepaba a su cabeza por las trenzas mal tejidas.


Al llegar a la cima, noté que los animales ya no me prestaban atención y descasaban a la sombra de la gigante. Ya era tarde otra vez, pero no había apuro, no tenía a donde ir. Respiré unos segundos perdiendo el miedo, gracias a la vista que la cima de la hermosa gigante me proporcionó. Podía ver todo lo que había recorrido a la distancia. Y dejando de lado mi ego, es bastante lo que he viajado y mucho lo que he logrado, para ser la primera vez que me aventuro tan lejos de casa, o lo que pudo haber considerado mi hogar.

Por andar pensando pendejadas, moriré un día de estos. Y resbalar me lo recordó.

Caí por la frente de la mujer, agarrándome de sus mechones sucios, sin soltar la bolsa de agua y la sábana que usaba de trapo para lavar sus heridas. Pero los dioses me amaban, aun que yo los odiara con todo mi ser.

Merecía morir, lo sé. Al caer recordé porque estaba en ese desierto, mi lengua y mis actos cobardíes me habían traído aquí.  Mi hermano diciendo: Te crees la gran cosa, pero tus logros son colosalmente horribles, u horriblemente colosales. Mi madre repitiendo: Solo necesitas hacerte responsable de lo que empezaste. Mis maestros regañando: Seguro serías el campeón de la arena, si dejaras de fingir que lo eres. Y mi Padre molesto: Sacrifícate de una vez y deja de conformarte con los segundos lugares. ¿Quienes se creen que son?, sin esforzarme logro mis objetivos. Preguntó iracundo mi ego.

Reí solo, reí por no llorar, con los ojos cerrados, colgado frente al rostro de esa mujer, mi ahora conveniente salvadora, enredado en los sus cabellos. Me hice unas cuantas preguntas más: ¿cuánto llevo en el desierto?, ¿Hace cuanto no veo a alguien?, ¿es ella real? o un simple espejismo, reflejo de mis conflictos. ¿Los dioses antiguos y nuevos se estaban burlando de mi?, ¿Había estado limpiando rocas a caso?, ¿me estaban cobrando el karma?.

Espejismo o no, debía terminar lo que empecé. Me importa una mierda si es una broma del desierto o una prueba de los dioses, debía completar algo en mi vida. Por más insignificante que sea debía esforzarme por terminarlo.

Abrí los ojos y con mis manos temblando de pánico, me agarré de esos mechones y me balanceé lentamente. Caminé sobre su rostro quitando el polvo y lavando su herida, trabajé hasta limpiar todo lo que estaba al alcance de mi vista. Por primera vez en mucho tiempo, estaba satisfecho de no haber abandonado una tarea, renegando de todo.

Ya en el suelo, una vez que guardé todo y até los bueyes a la carreta, me tiré boca arriba, para darme cuenta que ya había anochecido. La luna iluminó el rostro de la gigante, embelleciéndola aún más. El viento trajo su olor de nuevo a mi nariz. Espejismo o no, su grandeza es innegable y su belleza inolvidable. Es lo último que pensé antes de quedarme dormido, muerto del cansancio.



Amaneció. Y desperté con la molestia de un gran destello de sol que iluminó mi rostro de golpe. Estúpido buey, había estado haciendo sombra, y se ha movido de pronto. Resople enojado mientras me levantaba murmurando groserías contra la bestia. Cuando me tranquilicé, me estiré un poco, haciendo vagamente unos ejercicios ridículos.

Hora de partir, pensé. Pero al voltear no había nada, mejor dicho nadie. Así que monté mi carreta fingiendo que no importaba, rodeé la montaña siguiendo mi camino, para descubrir que había cientos de cúmulos de rocas muy extraños, algunos parecían estatuas de gigantes.  Estaba obviamente molesto con la idea de haber estado limpiando rocas. Pero al menos creo entender mejor eso de terminar un trabajo, o ayudar a alguien... aunque parezca haber sido un simple sueño.