sábado, 21 de marzo de 2020

El leñador

Y caminé... caminé por horas... caminé cansado y harto... con mi cuchillo en mano.

La sangre en mis manos se había secado ya, pero su olor seguía impregnado en mi. Aún no podía creer lo que había hecho. Y ya no tengo lágrimas para llorar por lo que hice.

Lo que todavía tengo es el recuerdo de su rostro, su dulce rostro sin vida y su cabello castaño bañado en sangre. Y por alguna razón todos esos cuentos infantiles que le solían contar al dormir.


Casi un mes atrás caminamos por el bosque entrada la noche. En el pueblo nos advirtieron que no lo hiciéramos, que busquemos posada y nos quedemos. Pero... ¿qué le podría ocurrir a un leñador fuerte como yo?. ¿Quién se atrevería a meterse con mi pequeña Jéssica?.

La cargué en hombros como de costumbre, solo serían un par de horas de caminata a casa. No quería que se asustase por la oscuridad y... me dediqué a distraerla, señalando la luna llena en todo su esplendor. Brillaba gigante sobre nuestras cabezas.

- Mamá ve la misma luna que nosotros en este momento desde casa - le dije, para que pensara en su madre y no en la noche.

A su corta edad, estaba llena de cuentos de fantasía, desde los más inocentes y dulces, hasta los más terroríficos. De los que le contaba Carmen, su madre, todas las noches. Y de los que me reí más de una vez.

Entonces lo escuché; A lo lejos un hombre quejarse... cómo si algo lo aquejara profundamente en sus huesos.

Bajé a Jéssica de mis hombros y la puse detrás de mi. Y ella asustada, se aferró de mi pierna, escuchando los gemidos del hombre. Gemidos que más bien eran gritos de dolor.

Avanzamos lentamente, tratando de no hacer ruido. Hasta que lo vimos salir detrás de un árbol grande, cayó al suelo retorciéndose y rasgando sus ropas.

Jéssica se cubrió detrás de mi y dejé de avanzar.

Fijé bien mi mirada en el hombre que se retorcía en el suelo. Era Matías, el joven ayudante del carpintero del centro. Decían que se había perdido hacía semanas, pero... no lucía herido, no hambriento, solo desaliñado.

Estaba yo analizando al muchacho a la distancia, cuando escuché sus huesos crujir, romperse con fuerza. Noté que sus uñas eran grandes y puntiagudas, como las de los perros. Pasó de rasgar sus ropas a rasgar su piel.

Yo estaba petrificado al ver esa horrible escena suceder ante mis ojos, bajo su piel había sangre y pelo, como la de un oso.

Tan concentrado me hallaba yo, que en un instante, lo que una vez fue Matías, saltó sobre mi tirándome al suelo. Escuché a Jéssica gritar con la caída.

Por reflejo había agarrado al muchacho por la cara. Pero la luz de la luna me dejó ver que estaba peleando con un animal, de grandes colmillos y garras. No más grande que yo, pero igual de fuerte. En un breve vistazo, noté a Jéssica llorando a un lado del camino mientras gritaba por su papá.

Esa bestia estaba por morderme el rostro, hasta que clavé mi cuchillo de plata en su corazón. Y la tiré muerta a un costado.

Me arrastré rápidamente hasta Jéssica y la consolé abrazándola, hasta que su llanto se detuvo. La cargué en mis brazos y me levanté para seguir mi camino sin mirar atrás, agradecido por el regalo de bodas de mi suegro.

Al llegar a casa, en cuanto le conté a Carmen la historia, se volvió loca. Me inspeccionó por todos lados y luego bañó a la niña en agua tibia. No entendía nada de lo que sucedía.

Los días pasaron tranquilos, explique a las autoridades lo sucedido y me contaron que Matías llevaba tiempo actuando extraño, antes de desaparecer. Mi hija parecía no recordar lo sucedido, pues seguía igual de alegre y cargada de energía. Por no decir intensa. Por otro lado Carmen no era la misma, prestaba más atención de lo normal a Jéssica, la consentía en todo y la mimaba por todo. Pero lloraba en silencio a escondidas y se había tornado triste.

Al cabo de unas semanas, salí temprano del centro. Serían las siete de la noche más o menos y la luna ya había salido a iluminar mi camino a casa. El día había sido pésimo, así que apresuré el paso para comer con mi esposa e hija. Pero... en lugar de escuchar risas en casa, escuché gritos.

Solté mis cosas y sacando el cuchillo de plata corrí a la casa. Abrí la puerta y busqué por todos lados al que se atrevió a entrar a mi hogar.

La mesa estaba por ser servida... Y una bestia sobre ella amenazaba con saltar sobre Carmen, quien lloraba indefensa.

En cuanto Carmen me vio, me soltó una mirada de piedad y luego una pequeña sonrisa que se apagó, cuando la bestia saltó a su cuello y se lo arrancó, sin darme tiempo a reaccionar.

Invadido de ira, arremetí contra la bestia, apuñalándola una y otra vez, la escuché chillar y gruñir intentando atacarme, hasta que cayó junto a Carmen. En cuanto entré en razón, me detuve y me agaché a tomar a mi esposa del suelo. Aún asustado llamé a gritos a Jéssica, temiendo que la bestia la pudiese haber lastimado también... pero al voltear, noté como el animal se encogía, su pelo se le caía y su piel se le tornaba suave...

Mi Jéssica...

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